¡NADIE ES PERFECTO!
La madre de Sol, decidió irse de su
casa cuando su hija tenía apenas 2 años de edad, su gusto por la música
hizo que dejara de lado su responsabilidad como madre. Sol Luna Castillo vivió
junto a sus dos tíos y a su abuela, que si bien no eran su madre ni padre supieron darle más amor de lo esperado,
criándola como una hija más y dándole todo lo que necesitaba. Bruno el padre
sol, no cumplió un papel importante en la vida de su hija, la visitaba una vez
al año.
Por: Sol Farah Luna Castillo
La compañía de ambos padres es
imprescindible en la vida de un menor de edad, cuidarlos, inculcarle valores estar
en los días que enferme y en sus triunfos, son algunos de las responsabilidades
que tienen con sus hijos. Pero qué pasa cuando ambos deciden no estar en la
vida de su pequeña o pequeño, le tienen miedo a la idea de ser padres o
simplemente creen que no están preparados. Sol Luna Castillo fue ejemplo de
eso, una niña cuyos padres no quisieron participar en su vida pero que recibió más
amor de lo esperado.

Su madre con recién 22 años de
edad, cursaba el cuarto año de la carrera de derecho en la Universidad Nacional
de San Agustín, trataba de organizarse para poder atender a su bebe recién
nacida y poder asistir a clases, junto con la ayuda de su mamá y hermanos que
la apoyaban, procuraba no descuidar la universidad, ni tampoco su rol como
madre.
Pero mientras pasaban los días y
crecía Sol; María Angélica no podía contener las ganas de salir a divertirse como
toda joven de su edad, dejaba a su bebe en casa con su abuela y fingía ir a
trabajos para ir a cantar, si le encantaba cantar, tenía una banda que se
presentaba cada noche en diversos locales. Su bebe en casa y ella cantando lo
mejor del rock de los 80 “Some guys do nothing but complain Alone in a crowd on
a bus after work and i'm dreaming…” canción de Rod Stewart que le fascinaba y
coreaba de vez en cuando.
Las salidas eran cada vez más frecuentes,
dejaba de ir a clases y la abuela de Sol era quien se encargaba de ella, quien
se desvelaba a diario para atender a la bebe, gritos, llantos, fiebre, la
abuela de Sol experimentaba ser madre por quinta vez.
Eran casi las 10 de la mañana de
un domingo y María Angélica no llegaba, su hermano fue a buscarla esperando
encontrarla en cualquier local, su hermana menor la esperaba junto con su madre
que en llanto se imaginaba lo peor, el reloj sonaba, todos se encontraban en la
sala, que estaba rodeada de bibliotecas con infinidad de libros. Sol en su cuna
sin saber lo que pasaba, sin saber que su madre no llegaba.
Suena la puerta alguien intenta
abrirla pero no podía, era María Angélica que llegaba de una de sus tantas
parrandas, ella solo atino a agachar la cabeza, su madre y hermana reprochaban
su comportamiento “Tienes una hija, por dios tienes que madurar, tienes que
trabajar, cuando vas a cambiar” decía su hermana. Los reproches se escuchaban
por toda la casa.
De pronto toda la sala quedo en
silencio, la mamá de María Angélica se paró y mirándola firmante a los ojos le
dijo “O cambias ahora mismo de vida, o te tendrás que ir de esta casa, no te
preocupes a tu hija nunca le faltara nada pero decide, es ella o tus
parrandas”. En ese momento María entro a su cuarto guardo algunas cosas en su
mochila morada, salió de la sala sin mirar a nadie y se fue de la casa.
Desde ese momento su tío José, su
tía Aracely y su abuela Dora, criaron a Sol con un amor intenso, a falta del
cariño de madre y padre (Bruno como se llamaba el padre, llamaba una vez al mes
y solo se lo veía en navidad cuando dejaba uno que otro regalo para su hija) la
pequeña niña recibió el amor de tres personas, que se convirtieron en sus
mentores. Aquellos que la educaron y cuidaron, como si fuera su propia hija y
que hasta el día de hoy, que ella ya tiene 20 años de edad, no dejan de
preocuparse por su bienestar.
PERDÓNALA
Los años pasaban rápido y Sol, ya
había terminado el jardín y empezaba su etapa en el colegio, sus tíos y abuela
decidieron que debía estudia en el colegio particular Santa Úrsula, que quedaba
en la Avenida Monterrey no muy lejos de su casa.
El colegio era de dos pisos de
color crema y azul, un poco rara la combinación de colores pero quedaba bien,
en el salón eran 25 alumnas, ella y su compañera Claudia eran las únicas
que vivían sin la compañía de su madre, las dos se entendían bien, eran buenas
amigas y compartían todos sus secretos. Sol le contaba a su amiga que veía a su
mamá pocas veces al mes, y que esperaba con ansias cada fin de semana que venía
a visitarla. “Me encanta estar con mi mamá, tiene varios gatitos y puedo jugar
con ellos cuando voy a su casa”, le contaba muy emocionada a su amiga.
Por otra parte María Angélica
vivía en un distrito muy alejado de la casa de su hija, en un pequeño
departamento con un solo cuarto y un baño, acompañada de 4 gatos y de su pareja
que era dos años mayor que ella, trataba de visitar a Sol cada vez que podía, a
veces seguido, otras veces desaparecía por meses. Para ella seguía siendo más
importante su música y su banda.
Todo tomo un giro sorprendente en
la vida de Sol cuando cursaba el primero de secundaria, ella llego del colegio
y encontró a su madre sentada en su cama, llorando, era una tarde fría y
oscura, su madre no dejaba de llorar tenia moretones en toda su cara, en su
hermosa cara. Sol se agacho y la abrazo, le pedía que le explique a su madre lo
que estaba pasando, ambas lloraban en ese pequeño cuarto que era el refugio de
Sol, en ese pequeño cuarto rodeado de peluches y juegos de la niña. Su madre
fue clara y mirándola a los ojos le dijo “El me pego…” esas palabras impactaron
a Sol y la destruyeron en ese momento, aunque no vivía con ella era su madre,
su mamita a la que la habían lastimado.
La situación era simple María
Angélica quería volver a casa, sus hermanos y su abuela accedieron, con la
única condición de que deje la música y busque un buen trabajo, pero Sol aun no
podía aceptar la situación, ella pensaba que su madre solo regresaba a casa
para alejarse de ese hombre, no porque quería estar alado de su hija.
El rechazo era notorio, Sol no
hablaba, no quería almorzar, su comportamiento estaba mal, ella lo sabía, pero
aun no asimilaba la idea. Un día una de sus tías fue clara con ella y le dijo
“Errores cometemos todos y tu madre no es la excepción, ella quiere volver y
estar a lado tuyo, perdónala porque en algún momento tu también te equivocaras”
esas cortas, pero precisas palabras le hicieron entender que debía amar a su
mamá pese a lo que paso.
Ya han pasado más de 9 años desde
aquel momento en que María Angélica volvió a la vida de Sol, y juntas luchan para
salir a adelante. Juntas como madre e hija.